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jueves, diciembre 01, 2005

Ciudad del Mar

La adarga de los océanos abre
jirones en el tejido del tiempo
con sangre de eternidad fermentada,
mientras Gerión, muriendo desembarca
en la isla de algún corazón helado.

La luz inunda el mar de mediodía
y el dolor, espejismo de la noche,
es una tregua entre Orujo y Petróleo.
Las gaviotas reclaman al celaje
matar al frío para no partir.

Y un pedazo de pasado fallece
al tañido de un badajo flexible
como la palabra del perseguido,
como la ilusión del desesperado,
como la ginebra de los monasterios.

Tú y yo somos sombras de aguamarina
en Ciudad del Mar, veleros cansinos
en la madrugada del beso negro.
Quizás aquí encontremos por fín
esa paz que habita en los cementerios.