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sábado, diciembre 17, 2005

Sobre el superhombre nietzscheano

Hubo una vez un hombre que deseaba escapar de la palabrería de sus vecinos y se fue a vivir solo a una cabaña que había encontrado en el bosque. Al principio estaba contento, pero un invierno crudo le obligó a cortar los árboles que rodeaban su choza para hacer fuego. El verano siguiente fue caluroso y desagradable porque su cabaña no tenía sombra, y el hombre se lamentaba amargamente de la inclemencia de los elementos.

Hizo un pequeño huerto y crió pollitos, pero los conejos acudieron atraídos por la comida del huerto y destrozaron parte de él. El hombre entonces se internó en el bosque y capturó un zorro al que amaestró y enseñó a cazar conejos. Pero el zorro se comió también a los polluelos. El hombre mató al zorro y maldijo la perfidía de las criaturas salvajes.

El hombre tiraba siempre los desperdicios en el suelo de su cabaña y pronto estuvo todo infestado de gusanos. Construyó entonces un ingenioso sistema de ganchos y poleas, de modo que todo en la cabaña podía estar suspendido del techo. Pero la carga fue demasiado para la endeble choza, que pronto se vino abajo. Se quejó el hombre entonces de la pésima construcción de la cabaña y él mismo se construyó una nueva.

Comentó un día, alardeando con un pariente de su antigua aldea, la tranquila belleza y la abundante caza que rodeaban su casa del bosque. El pariente quedó impresionado e informó a su vez a sus vecinos, los cuales empezaron a visitar el lugar en excursiones y cacerías. Esto contrarió muchísimo al hombre, que maldijo la impertinencia de la Humanidad. Empezó a colocar letreros y trampas y a disparar a los que se acercaban a su vivienda. Como respuesta, grupos de muchachos se llegaban de vez en cuando por la noche para asustarle y para robarle cosas. El hombre se puso a dormir todas las noches en una silla, junto a la ventana, con una pesada escopeta sobre sus rodillas. Cierta noche, se dobló dormido sobre sí mismo y se disparó en el pie. Apesadumbrados los aldeanos por esta desgracia, corrigieron su actitud y se mantuvieron alejados de aquella parte del bosque. El hombre quedó entonces solo, maldiciendo la falta de amistad y la indiferencia de sus antiguos vecinos. Y en todo esto no veía fuerza alguna que no fuera externa a él mismo, por lo cual, y a causa de su ingenuidad, los aldeanos le llamaron el americano.

Texto de Philip Slater, La soledad en la sociedad americana Ediciones 62 (pp 9-11)